Las instalaciones de una mina de carbón, cerradas desde el incendio que en 1989 provocó la muerte de cuatro mineros, son a día de hoy un geriátrico. A través de la verja que rodea la residencia, los ancianos susurran recuerdos. Un poco más allá, en la barriada de Tuilla, Mari Carmen añora viejos tiempos: «¿Que cómo era la barriada entonces? Era como un enjambre. Cinco o seis mil habitantes, un cine, una pista de baile y veintidós bares». A Martín, que fue picador en la mina, lo han ingresado en el hospital. A sus ochenta y siete años, se ha roto la cadera. Como sus pulmones están invadidos de polvo de sílice, el anestesista duda de si superará la operación. Pero Martín, si no va a volver a caminar, prefiere morirse. A un océano de distancia, en La Guajira colombiana, una mina a cielo abierto más grande que Madrid. Un tren que traslada el carbón a la costa. Enormes buques que cargan el mineral en sus tripas e inician una larga travesía hasta su destino: Gijón. A través del ventanal del piso donde residen, un puñado de refugiados colombianos, que han salido corriendo de su país para salvar la vida, obser