¡Me iba a estallar la cabeza! El teléfono llevaba quince minutos tronando sin parar. ¿Quién llamaba tan temprano y por qué? Mi padre me sacó de dudas. 
	-Priscillita, tenemos un nuevo caso entre manos. Nunca antes hemos hecho nada igual -añadió todavía con el ceño fruncido y el semblante serio. 
	-¿Asesinato? 
	Mi padre negó. 
	-De unas barras de pan que aparecen todos los días en la puerta del señor Vitorino.
	No tenía ni idea de quién era ese señor en cuestión, pero iba a ser uno de los casos más difíciles y trascendentales de mi vida.